Sepa defender su fe - 7ª parte
Sabemos que la fe nace en nosotros por el oír de la Palabra de Dios¹. Y normalmente, ese oír viene inicialmente por medio de la boca de alguien — un amigo, un familiar, un pastor u otra persona que Dios utiliza para comunicar Su Palabra — hasta que aprendemos a leer y meditar directamente en las Escrituras. Aun así, Dios instituyó obispos, pastores y maestros para predicar y enseñar Su Palabra. Aquellos que la oyen y creen, reciben las promesas contenidas en ella.
Sin embargo, el Señor Jesús dio una advertencia muy seria acerca de quienes enseñan la Palabra:
Entonces Jesús habló a las multitudes y a Sus discípulos, diciendo: “Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. De modo que haced y observad todo lo que os digan; pero no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen.”
Mateo 23:1-3 (LBLA)
Él dejó muy claro que hay una enorme diferencia entre enseñar la Palabra de Dios y practicarla; y que existen aquellos que la enseñan, ocupan cargos religiosos, incluso hablan correctamente sobre las Escrituras, pero no son ejemplos dignos de ser seguidos.
Esto responde a aquella duda que muchos tienen respecto a alguien que predica o predicaba la Palabra de Dios, pero que en algún momento actúa o actuó de forma contraria a lo que enseñaba. Lamentablemente, esto es más común de lo que debería. Pero Dios lo permite para que, de una manera u otra, Su Palabra sea predicada. Pablo habló sobre esto:
Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda, pero otros de buena voluntad. Estos lo hacen por amor, sabiendo que he sido designado para la defensa del evangelio; aquellos proclaman a Cristo por ambición personal, no con sinceridad, pensando causarme angustia en mis prisiones. ¿Qué importa? Que de todas maneras, ya sea fingidamente o en verdad, Cristo es proclamado; y en esto me regocijo, sí, y me regocijaré. Porque sé que esto resultará en mi liberación mediante vuestras oraciones y la suministración del Espíritu de Jesucristo.
Filipenses 1:15-19 (LBLA)
Si Dios usó una asna² para llamar la atención de un hombre, ¿por qué no habría de usar a algunos asnos en estos días para anunciar Su Palabra? Lo importante es la salvación que resulta en aquellos que creen en Ella.
A pesar de ello, el cristiano maduro no debe olvidar que fue salvo no por el mensajero, sino por el Mensaje. Y que, por más elocuente que sea el mensajero al hablar de la Palabra de Dios, su credibilidad como siervo de Dios depende de cuánto practica lo que predica, y no de cuán bien sabe predicar.
Defender nuestra fe sin desanimarnos por causa de aquellos que “dicen y no hacen” se ha convertido en una tarea cada vez más importante en nuestra vida cristiana.
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¹ Romanos 10:17
² Números 22:28-30