Mi vida antes de conocer la Iglesia de Vida Nueva estaba marcada por muchos problemas. En casa, las constantes discusiones entre mis padres generaban un ambiente de conflicto diario que me afectó profundamente. Como consecuencia de esta situación, caí en el mundo de los vicios y las malas amistades.
Fui diagnosticada con leucemia. Pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en mi habitación. Mi madre me llevó a recibir atención médica, y los resultados eran tan alarmantes que los doctores indicaron que, debido a todos mis síntomas, debería permanecer postrada en cama. La enfermedad me llenaba de preocupación, pues me dijeron que no tenía cura. El cambio radical en mi vida ocurrió gracias a una invitación que mi abuela me hizo para asistir a la iglesia. Cuando participe de las oraciones por primera vez sentí una paz que no conocía.
Fui perseverando en las cadenas de oración, hice mis votos creyendo que Dios me respondería. Poco a poco, fui notando cambios significativos en mi vida. Hoy puedo afirmar que Dios me restauró completamente. Estoy sana y mi familia ha encontrado la paz que tanto anhelábamos. Aquella vida vacía que antes tenía fue llena por el Espíritu Santo, tengo una vida transformada. Soy realmente feliz.

